Proposiciones. Economía & Finanzas.
La idea de cobrar un impuesto a las transacciones financieras está ganando tantos adeptos con tanta facilidad que produce desconfianza. Después de vagar sin pena ni gloria a lo largo de sus 30 años, la iniciativa de James Tobin se convirtió de pronto en bandera de izquierdas sin que nadie, ni siquiera el FMI, ose desacreditarla. Es poco probable que el profesor James Tobin pensara en la revolución cuando planteó su idea de gravar de alguna manera las transacciones financieras que superaran determinado monto. Pero, pasadas varias décadas de cierta indiferencia hacia su propuesta, hace unos tres años ésta despegó con velocidad uniformemente acelerada y desde entonces su poder de seducción no deja títere con cabeza. El fenómeno que conquista militantes entre parlamentarios, sindicalistas, intelectuales, feministas, militantes católicos, protestantes, de izquierda y de los nuevos movimientos sociales, no se deja interpretar de primera. UN GIGANTESCO 0,1 POR CIENTO. Tobin, quien recibiera más tarde el premio Nobel por sus estudios sobre los mecanismos de funcionamiento de los mercados financieros, pensaba que en éstos rige más la apuesta -como en un casino- que la previsión y el estudio de los movimientos. Y pensó que un impuesto sobre esas operaciones podría ayudar a un mejor manejo de las mismas. Puesto que una subida o un crac (como el de 1929) tienen consecuencias espectaculares, dijo al diario Libération el profesor Charles Wyplosz, del Instituto de Altos Estudios Internacionales de Francia, y producen contracción o expansión del mercado, Tobin creía que se podía inducir a este mercado a extremar la prudencia ante cada gran operación financiera, introduciendo "un grano de arena en las ruedas del mercado financiero", según sus propias palabras. Este grano de arena, tras los nuevos aportes del profesor Paul Spahn, de Fráncfort, se traduce en un impuesto del 0,1 por ciento a toda transacción superior mil millones de dólares diarios. Cuando attac (Asociación en pro de un Impuesto a las Transacciones Financieras para Ayuda a los Ciudadanos) retomó esta idea no encontró oposiciones férreas. El FMI no se espantó y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo se puso a calcular: si, en 1995, se necesitaban 125 mil millones de dólares anuales para llevar adelante un programa de erradicación de la pobreza y si, aplicando una tasa mínima del 0,1 por ciento a toda transacción financiera superior a mil millones de dólares diarios se podrían obtener unos 150 mil millones de dólares por año, ¿por qué oponerse al impuestito? En la Cumbre Social de las Naciones Unidas realizada en Ginebra en julio las organizaciones no gubernamentales agrupadas en defensa del impuesto emitieron una declaración de condena a la actitud estadounidense de negativa absoluta a discutir siquiera los pros y los contras de la propuesta. "Las ong, los sindicatos, los parlamentarios así como una mayoría de delegados son partidarios de un estudio como el que propusimos que podría proporcionar respuestas apropiadas a esta cuestión en suspenso. Por lo tanto, están profundamente decepcionados de que un país que se muestra orgulloso de su libertad de expresión y que reconoce la importancia de un debate público, no sostenga un estudio que podría animar y estimular discusiones internacionales constructivas sobre las ventajas e inconvenientes potenciales de un impuesto sobre las transacciones financieras", señaló este agrupamiento de ong. Declaraciones críticas similares formuló el equipo ecuménico del Consejo Mundial de Iglesias. Entre los pocos que aceptan argumentar públicamente en contra del impuesto se encuentra el profesor suizo Olivier Rigot. En su opinión se trata de una "falsa buena idea" que "no resiste el análisis de los mecanismos que dirigen los mercados financieros y parte de la idea falsa de que éstos deben ser regulados en el bien de todos". Según Rigot el especulador no está tentado a operar en el corto término porque los riesgos lo superan. "El especulador es un actor vital para el buen funcionamiento de los mercados financieros pues su presencia constante sobre aquéllos asegura la liquidez del mercado y permite a un inversor encontrar una contrapartida en todo momento y evitar así que los precios fluctúen demasiado." Los partidarios del impuesto Tobin consideran, prosigue Rigot, "siempre en una posición intervencionista, que los mercados no pueden ser dejados en manos de operadores privados y que el Estado debe controlar la oferta y la demanda sobre dicho mercado a fin de regular los precios.ada es más falso que esta visión centralizadora y autoritaria largamente defendida por la ideología socialista". Es comprensible que la simplicidad y la eficacia de un impuesto que permitiría financiar buena parte de los planes de lucha contra la pobreza gane adeptos entre los sectores que, convencidos de que el mundo es como es, consideran que no se puede hacer otra cosa que limar sus "excesos". Estos sectores buscan, como dijo Guy Segond, presidente del Consejo de Estado de Suiza, "poner al ser humano en el corazón de la mundialización económica", es decir, rescatar el lado humano del capitalismo. Se entiende que este razonamiento sea atractivo también para el Consejo Mundial de Iglesias, el Banco Mundial y el FMI. REVOLUCIONISTAS O REFORMARIOS. Un poco menos fácil es entender cómo el impuesto Tobin se convirtió de pronto en santo y seña de la izquierda. Podría pensarse que la lucha contra los extremos más irritantes de la globalización sustituye hoy a la lucha por una sociedad solidaria. Pero siendo ésa una de las lecturas posibles, no alcanza a explicar el apoyo que grupos "antisistema" prestan a estas propuestas reformistas. Hay, en Europa y en toda América, incluido Estados Unidos, jóvenes que militan con entusiasmo contra una, algunas o todas las formas de discriminación y explotación. Son activistas contra el racismo, contra el nazismo, contra la desocupación o el "Estado policial" que promueven las nuevas políticas en materia de seguridad pública.o tienen empacho en pronunciarse anticapitalistas y en reclamar una revolución. Pero todo eso tiene, para ellos, símbolos muy distintos a los que tuvo en generaciones anteriores. "Hay que ser estúpido para atacar un Mc Donald's", dijo a BRECHA un adolescente montevideano -de la minoría que sabe en qué países hubo dictadura-, refiriéndose a la destrucción de un local de esta firma en Millau, Francia. "Que desaparezcan los explotadores está bien, pero ¿a quién se le ocurre que desaparezca Mc Donald's? No tiene nada que ver", concluyó. Mc Donald's es, para un número importante de jóvenes, parte del lado bueno de la mundialización, como Internet, como los videojuegos. Y estas opiniones no significan -como nunca significaron- que los jóvenes carezcan de ideas de cambio radical de la sociedad. Discutir alternativas en "Mc Do" o por Internet puede resultar tan serio como lo fue discutirlas en jeans y tomando Coca Cola o grappa en el boliche de la esquina. Pero entre los promotores de un impuesto a las transacciones financieras no hay sólo veinteañeros; hay también viejos lobos de mar, venidos de partidos de izquierda con muchas décadas de centralismo democrático o sólo de centralismo. Hay trotskistas, comunistas y socialistas. Los anarquistas se muestran en general muy críticos a estas iniciativas reformistas. Una de las consignas de los grupos libertarios presentes en la Marcha contra la globalización neoliberal y sexista (25 de junio en Ginebra) rezaba: Y en esa misma marcha, junto a las consignas humanistas y ecologistas, un gran cartel amarillo insistía: Christophe Aguiton, militante de attac proveniente de filas trotskistas, entiende necesario desarrollar "un nuevo campo de luchas que puedan confluir en una coordinación planetaria con la originalidad de apoyarse sobre los movimientos sociales". Aguiton, de destacada actuación en los foros y cumbres de Ginebra, cree imprescindible encontrar corredores que unan los campos político, social e intelectual, cada vez más disociados. Considera que el nucleamiento de intelectuales alrededor del sociólogo francés Pierre Bourdieu es un ejemplo de esta disociación que se produce porque ya no hay visión global del cambio que pueda unificar los diferentes campos. Si Aguiton milita por la concreción de un impuesto a las transacciones financieras hay que pensar o bien que se olvidó de la teoría revolucionaria o bien que considera la lucha contra la especulación y los paraísos fiscales como uno de esos "corredores unitarios", de los que habla. Seguramente para él este corredor conduce a un sitio bien diferente al que debe concebir, por ejemplo, Anne Petifor, militante de la ong británica Jubileo 2000, que orienta su análisis hacia el humanismo aplastado por los préstamos abusivos y la especulación. Las distintas concepciones del cambio social no parecen entorpecer por ahora la acción común por puntos como el impuesto Tobin. Por el contrario, por primera vez en los últimos veinte años de apatía ideológica es posible la identificación, al mismo tiempo en todo el mundo, de problemas comunes y de sus causas. Después del desbarrancamiento de los países socialistas ninguna iniciativa, ni tibia ni caliente, había prendido en forma masiva. Las propuestas de condonación de la deuda externa de los países pobres y en particular la de gravar los movimientos del gran capital financiero y luchar contra los paraísos fiscales lograron nada menos que pasar de la especulación teórica a la acción de masas y, aun cuando están dentro de lo que François Houtart llama "alternativas neokeynesianas" (véase recuadro), ese gol brilla en el tablero de sus promotores. Lograron poner, como ironizan los franceses, "un freno al inmovilismo". Una idea capaz de atraer multitudes después de la caída de las ilusiones socialistas y los años de embotamiento que le sucedieron, de la posterior decepción de los países exsocialistas respecto de las maravillas de la libertad capitalista, tenía que cumplir algunos requisitos básicos. Contemplar que la gente no se sintiera arrastrada a una utopía irrealizable pero sintiera, en cambio, como dice el director del mensuario francés Le Monde Diplomatique, que con su acción podía cambiar las cosas. En la declaración final de la Cumbre Social Alternativa (véase BRECHA 14-VII-00) se aclara: "El impuesto Tobin no es la única solución a los numerosos problemas y reivindicaciones generados por la mundialización financiera. Representa una de las posibilidades movilizadoras del control de los flujos financieros mundiales. Por su simplicidad, sus mecanismos, sus consecuencias, permite alcanzar fines diversos y complementarios. Herramienta pedagógica y propuesta dinámica, permite hacer comprender a los ciudadanos/as por qué las disfunciones sociales, económicas y políticas están ligadas a la mundialización liberal". ¿Y ALGO CONCRETO? La globalización existe y son pocos los que agregan "lamentablemente". Llámese enemigo o generador privilegiado de pobreza, el liberalismo económico y más concretamente la libertad abusiva de los mercados financieros son identificados como causantes de miseria mundial. Es un concepto mundialista pero bastante diferente del concepto de internacionalismo proletario. De todos modos en esta visualización simultánea radica la veloz expansión de las propuestas impositivas sobre el capital financiero. Para recaudar fondos suficientes para financiar planes de lucha contra la pobreza la medida debería ser, en primer lugar, universal. Lo que equivale a pensar que una especie de superbanco, de supragobierno mundial se encargaría de imponerlo y de recaudarlo. Es decir, se concibe un suerte de gobierno que superaría los límites del Estado-nación, con autoridad suficiente para imponer y obligar a pagar. Algunos consideran que los responsables de esta recaudación deberían ser los organismos ya existentes (Banco Mundial o FMI), debidamente remozados. Otros creen que la mala praxis de estos organismos, clave en el incremento de la pobreza en todo el planeta, los hace ineptos para tal fin. Y hay quienes creen que debería ser la onu quien cumpliera ese papel. Todo está en discusión. El monto del impuesto, su administración y su destino: quién lo cobraría, cómo, para invertirlo en qué y dónde. La idea inicial era la recaudación de un pequeño impuesto que, aplicado sobre cifras siderales, resultaría en una recaudación millonaria. Si el impuesto fuera demasiado pequeño podría ser fácilmente asimilado por las finanzas internacionales, dicen Pablo Galonce y José Luis Petrucelli, miembros del comité científico de attac, y no alcanzaría su objetivo. Y una tasa "de un nivel un poco más elevado, siendo aún bajo, sería eficaz contra la especulación 'ordinaria' pero insuficiente en caso de especulación a gran escala", consideran. Si la medida no tuviera carácter universal se correría el riesgo de que los capitales huyeran hacia los países donde no se aplicara el impuesto. Según algunos partidarios de este impuesto la solución radica en la creación de una "zona Tobin", democrática y sin exclusiones para no recrear en su seno las mismas diferencias que critica. Restaría aún definir qué hacer con lo recaudado. Tobin no se interesó en los ingresos fiscales sino en el efecto que el mecanismo tendría sobre los capitales. Pero para los nuevos promotores de la iniciativa sí es vital el monto de la recaudación puesto que debería servir para financiar la lucha contra la pobreza extrema -empleo, salud y educación- y para la protección del ambiente. Habrá que decidir qué parte de esta recaudación se destinaría a los países ricos (donde debería recaudarse más) y cuál a los países pobres y para qué programas. Las respuestas pueden agruparse según el tipo de alternativa social que diseñen. Pero las malas respuestas servirán para reproducir el círculo de la burocracia a favor de los intereses exclusivos de la rentabilidad del capital.
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